Helado establo de una posada. Nashkel. Hora del desayuno.
Eleomer se mesó sus cabellos pajizos, frotándose todavía el lugar donde Earhum le había golpeado con el cubo. A pesar de la noche de descanso, deba la sensación de estar profundamente agotado. A pesar de su piel broncínea se le veía demacrado y ojeroso, y sus ojos enrojecidos delataban que su situación actual se habia prolongado durante días, a pesar de que nadie se hubiera percatado de ello.
A fin de cuentas, habían conocido al elfo y a su compañero el sacerdote en mitad de una tremenda tormenta de nieve. Y desde ese momento los acontecimientos parecían haberse sucedido de manera precipitada, sin que en realidad hubieran llegado a conocerse demasiado.
El vidente intercambió una larga mirada con el otro mago, el elfo que parecía compartir con el algún tipo de parentesco y que se había presentado en el momento mas propicio presentándose como Ecthelion. Después de un instante, el recien llegado asintió y Eleomer lanzó un largo suspiro.
- Es algo largo y difícil de explicar... - musitó el elfo solar, con sus ojos ambarinos clavados en el suelo - sobretodo porque implica una gran vergüenza para mi.
Alzó los ojos y contempló a sus compañeros con gesto triste y resignado, mientras acariciaba de manera distraida el pequeño roedor que le acompañaba a todas partes, surgiendo como por ensalmo de los pliegues o mangas de su túnica.
- Soy de Ethernion. Allí estudié magia y en los inicios de mi aprendizaje demostré tener un don poco común. Podía... soñar con sucesos que luego se hacían realidad. A veces tenía visiones estando despierto. Normalmente, se trata de cosas terribles, bastante desagradables. Pero siempre valiosas, ya que de una manera u otra me anticipaban de manera velada lo que iba a acontecer. Por contra, no poseía, ni poseo aún, ningún control sobre ello... por mucho que mi maestro intentó que así fuera. - Se hizo una pausa, durante la cual intercambió otra mirada con su compañero. - Nuestro Maestro. También enseñó a Ecthelion.
El aludido hizo un leve asentimiento, con semblante grave, al tiempo que se limitaba a mostrar un medallón similar al que colgaba del cuello de Eleomer.
- Mi frustración - continuó el elfo solar - por no controlar mi don, y por desconocer por completo su origen fueron creciendo. Empecé a investigar en fuentes... poco recomendables. Mi maestro no tardo en... averiguar y... censurar mis investigaciones. Pero no podía detenerme. Tenía que saber. Necesitaba controlar esa extraña fuerza que me torturaba en sueños. Así que finalmente marché de mi tierra... a Amn. Donde según se decía, todo podía comprarse y venderse. Allí fue donde conocí al buen Sarven. El inocente y piadoso Sarven que probablemente ahora este muerto por mi culpa...
Los ojos del elfo se tornaron vidriosos y se tapó el rostro con las manos. Evidentemente, dar continuidad a su relato le resultaba prácticamente agónico.