INTERLUDIO
Minutos antes de lo narrado, lindero de los pantanos, en la cima de una colina cubierta de nieve.
Eleomer volvi? a arrebujarse en su capa mientras contemplaba con ojos ansiosos la lobrega y f?tida espesura que se extendia a sus pies. Parecia que habian pasado horas desde que se habian separado y aun no habian visto ni una se?al de sus compa?ero.
Hijogusano dijo algo entredientes, en esa lengua incomprensible que utilizaba muy de cuando en cuando. A pesar del frio, el barbaro bedine permanecia quieto como una estatua, con sus ojos inmoviles clavados en las sombras del pantano que vigilaban. De no ser por las volutas de vapor que surgian de sus labios, podria haber parecido una estatua. Al elfo no pudo por menos que maravillarle su resistencia al frio.
Serven sin embargo parecia tan vulnerable a las inclemencias del tiempo como el mismo, o quizas icluso mas. Se arropaba en su capa intentando proteger su corpachon y sus dientes casta?eteaban de cuando en cuando. Sin embargo, la maza que empu?aba la maza se mantenia firme. Eleomer sonri?. Hacia tiempo que habia comprobado que la blanda apariencia del sacerdote ocultaba mucho mas de lo que podia verse a simple vista.
De repente, Hijogusano lanz? un gru?ido. En el pantano, una antorcha solitaria ondeo unos instantes, se agit? y despues se apag?. Y despues vino el silencio...
- ?Era eso la se?al? - Dijo Sarven, removiendose nerviosamente.
Antes de que ninguno pudiera responderle, un coro de aullidos y gru?idos salvajes pareci? estallar en la noche, como si de repente alguien hubier soltado en aquella tierra asolada y cenagosa toda una jauria de sabuesos infernales.
- ?Que infiernos...? - Comenz? a decir Hijogusano.
De repente, una brillante llamarada estall? en el pantando, iluminando por un instante la silueta ruinosa de lo que parecia una ntigua edificaci?n.
- Esa si era la se?al - Gru?? el bedine. Sin mas ceremonia ech? a correr colina abago al tiempo que empu?aba su enorme alfanje.
- ?Vamos! - Grit? Sarven, al tiempo que se lanzaba ladera abajo en pos del barbaro.
Eleomer les sigui? tan rapido como pudo, impedido por su t?nica de invierno y por la nieve. Pronto se encontraron avanzando entre los arboles cadab?ricos, avanzando directamente hacia la fuente de los feroces aullidos que se escuchaban. Hijogusano corria en cabeza, adelantandose poco a poco sin que los esfuerzos que sus compa?eros por darle alcance surtieran demasiado efecto. Por suerte para el mago, los dos humanos apenas podian ver en aquella mara?a de vegetaci?n muerta y agua cenagosa, lo cual le permitia seguir tras la pista del barbaro. Sarven, sin embargo, fue quedandose poco a poco atr?s, con el rostro congestionado por el esfuerzo.
De repente, una silueta peluda salt? sobre Hijogusano de uno de los arboles, aterrizando sobre el. El barbaro lanz? un rugido de rabia y se lo arranc? entre maldiciones. Sin embargo, otro bulto cubierto de pelo se arroj? sobre sus piernas, y otro mas. Los ruidos de gru?idos parecieron envolverlos de repente. Otra criatura salto aullando de manera demencial contra Eleomer, pero el mago consigu? hacerse a un lado y el ser se estampo contra un tronco. "Son muchos, pero no son muy inteligentes" pens? el elfo dorado.
Mir? a su alrededor y vi? a sus compa?eros luchando por sus vidas. Hijogusano lanzaba mandobles a diestro y siniestro, poseido por una furia demencial, golpeando troncos y seres vivientes por igual con una fuerza y ferocidad asombrosas. Sarven se tambaleba bajo el peso de varios seres que ara?aban su armadura con sus garras y sus armas rotas y oxidadas, mientras el sacerdote machacaba cabezas con su gran maza y hacia improvos esfuerzos por quitarselos de encima.
- ?Corre Eleomer! - Grit? Sarven al tiempo que aplastaba otro ser. - ?Son demasiados, aqui no puedes hacer nada! ?Corre! - Para corraborar sus palabras, una horda de peque?as criaturas salt? dentre las sombras en direcci?n al indefenso mago. El no poseia la furia indomita de Hijogusano ni la pesada armadura del sacerdote para soportar semejante ataque, y si uno solo de esos seres le caia encima, ni siquiera podria usar su magia. Y ya le quedaban pocos hechizos. Solo tenia una opci?n... Hacer caso a Sarven. Di? media vuelta y ech? a correr.
Mientras saltaba por encima de las nudosas raices y chapoteaba en el barro, mir? atr?s rezandole a Corellon para que auxiliara a sus compa?eros. Sin embargo pronto empez? a rezar por si mismo. Varios de aquellos seres deformes y cubiertos de pelo le seguian entre aullidos y ga?idos.
Avanz? tan rapido como pudo, dando tumbos entre los amenazadores ?rboles. Las ramas ara?aban su rostro, el agua empapaba su ropa y las lianas cubiertas de liquenes parecian intentar enredarse con el a cada paso que daba. La precipitada huida le impidi? ver una gruesa raiz hasta que fue demasiado tarde. Tropez? y se estrell? contra un arbol de una manera tan brutal que solt? su bast?n y se desplom? en el suelo cenagoso. Aturdido y medio cegado intent? incorporarse mientras buscaba a tientas su callado.
Un gru?ido amenazador son? cerca de su oido izquierdo. Se gir?, a tiempo de ver a una sombra peluda saltando contra su rostro.
Un silvido rasg? el aire y la criatura se detuvo en seco, en pleno salto. Una flecha sobresalia de su cabeza deforme y belluda. Mas flechas silvaron per el aire, acertando con mortal precision a dos seres mas y poniendo en fuga al resto.
Eleomer se puso en pie tambaleante, buscando con la mirada a su salvador. Entre el barro y la sangre que manchaba su rostro distingui? una figura estilizada que surgia de entre los arboles sombrios.
- Bienhallado, hermano - Dijo suavemente una voz conocida, en el melodioso elfico de Eternoska.
- ?Ecthelion! - Exclam? Eleomer sorprendido.