Establo de una caliente y acogedora posada. Nashkel. Primeras luces del alba.Karajo parpadeó con un gruñido, sintiéndose momentaneamente desorientado. Con los ojos entrecerrados contemplo las vigas de madera del techo lleno de remiendos. Sus ojos, una de las cosas que había heredado de su malharado padre, se adaptaron a la escasa luz del lugar, distinguiendo el vierno que colgaba de un clavo en la pared y los tablones con marcas de cascos que formaban un tabique justo a su diestra. "Un establo" pensó. E inmediatamente recordó todo, recuperando la lucidez que a veces tarda unos segundo mas que tu en despertar.
Soltó un gruñido, elevando su torso apenas un poco, y echó un vistazo a su alrededor. Los demás aún dormían a pierna suelta, envueltos en varias capas de mantas. Solo el águila del druida parecía haber madrugado mas que el, y se dedicaba a rebuscar con su cabeza dentro del morral del semielfo, en el que picoteaba de vez en cuando para luego elevar su cabeza mirando en todas direcciones, en actitud vigilante. Aparentemente no consideraba al semiorco una amenaza, pues no le prestó demasiada atención.
Haciendo crujir las prendas acolchadas que llevaba debajo de la coraza, Karajo se incorporó del todo. Se frotó la nuca en ese punto donde siempre le rozaba el yelmo e intentó calcular la hora que sería. Unos débiles rallos de luz se filtraban entre los resquicios de las grandes puertas del establo, pero apenas si se oía ruido en el exterior. Debía de ter mu temprano. Estudio la idea de hundirse de nuevo en su lecho de paja, pero después de un instante, la desechó. Se sentía intranquilo. Como si se hubiera despertado por algún motivo.
Justo en ese instante escuchó un quedo gemido. Tanto el como pluma giraron la cabeza al instante. El ruido parecía provenir de uno de los aventureros que había conocido la noche anterior. Las mantas casi le cubrían por completo, pero aún así pudo adivinar que era uno de los magos elfos, el que la noche anterior parecía enfermo o completamente agotado.
Mientras lo observaba con el ceño fruncido, el mago se removió entre sus mantas, gimiendo de nuevo. Karajo pudo distinguir su frente perlada de sudor y la congoja que expresaba su rostro. Parecía tener algún tipo de sueño. Y no de los agradables, precisamente. A través de los finos labios del elfo dorado empezaron a escapar palabras entrecortadas. Y a Karajo se le erizó el bello de nuca. La noche anterior había escuchado hablar a aquel tipo. Y aquella no era su voz.
Los caballos se removieron inquietos, y el águila erizó sus plumas, sin apartar la mirada del mago, que se retorcía entre la mantas cada vez mas angustiado, intentando cubrirse el rostro con los brazos y alzando las manos como si tratara de apartar algo de el. Y de repente, justo encima del cuerpo tendido del elfo dorado, comenzó a formarse un nimbo luminoso de color blanquecino, que pulsaba ritmicamente con las palabras que escapaban de los labios del lanzador de conjuros. La temperatura en el interior del establo comenzó a bajar rápidamente y Karajo contempló atónito como su aliento se condensaba ante su rostro.
No sabía que demonios estaba pasando, pero estaba claro que debía hacer algo cuanto antes.