Refugio de Monta?a, frontera de Amn 20:31
Pah segu?a barruntando en su cabeza el significado del extra?o s?mbolo, mientras lo copiaba primorosamente en uno de sus pergaminos, para no olvidar ning?n detalle.
Asom? nuevamente la cabeza por la ventana para ver si hab?a se?ales de Pluma, pero la oscuridad, acentuada por el mal tiempo hac?a imposible vislumbrar nada m?s all? de un par de metros.
Al menos le quedaba el consuelo de que el sortilegio de protecci?n contra el fr?o segu?r?a activo hasta que concluyesen las 24 horas desde su ejecuci?n. La inteligencia del ave har?a el resto, al fin y al cabo era una bestia salvaje, sabr?a cuidar de s? misma.
Pero no pod?a dejar de estar inquieto al intuir que "alguien" estaba enajenando a los animales... quiz? incluso produciendo la ventisca,... y eso significaba mucho poder. El equilibrio estaba siendo destru?do. Dicho problema comenzaba a mostrarse como prioritario, frente a la caza del orco, que a fin de cuentas era un individuo.
Sali? a recofortar a Durin, que se encontraba en un peque?o establo, por llamarlo de alguna manera, anexo. Le puso encima sus mantas y suficiente forraje, al tiempo que lo tranquilizaba con unas caricias.
- Buen muchacho. ?T? tambi?n extra?as a Pluma, eh?
El noble caballo se limit? a piafar al tiempo que pisoteaba el suelo un par de veces.
El semielfo rebusc? entre sus cosas y dispuso las cuerdas alrededor de la caba?a, creando un per?metro de unos metros a su alrededor, y anudando a intervalos equidistantes las peque?as campanas de cobre. Las campanas se posaban levemente en la nieve, lo justo para no tintinear por las ventisca,.. pero dispuestas para emitir un ?nico y crucial aviso si alguien tropezaba con las cuerdas. Era una alarma tosca y sencilla, casi insultante para un aut?ntico p?caro, pero deber?a servir. porque era cuanto hab?a. Y siempre estaba el envidiable olfato de Durin, siempre vigilante, incluso en su duermevela equina.
As?, Pah Quall entr? de nuevo en la caba?a, sacudi?ndose la nieve ajeno al fr?o que parec?a aterir a sus compa?eros, apretados dentro de lo posible en torno al fuego.
- He puesto unas cuantas campanas alrededor del refugio. No es gran cosa, pero es lo que hay, aunque ser?a extra?o que tuvi?semos visitas.
Se sent? con la espalda contra la pared, revisando sus armas, afilando las flechas, y poniendo cara de disgusto al ver la desvencijada armadura del palad?n, huella indeleble del tremendo poder del Oso.
- Quiz? nuestros nuevos compa?eros quieran ponernos en situaci?n y contarnos el motivo de su presencia en estos parajes.- Mir? de soslayo a Hijogusano, que balanceaba su enorme cimitarra de un lado a otro su mirada presa en el fuego- Al menos antes de que los rumores de mercaderes y esclavos comiencen a tener sentido- se burl?.
- ?Hay algo de comer?- pregunt? finalmente mirado fijamente la oronda barriga de Sarven.