Nashkell. Templo de Ilmater. Tras caer la noche.
Rodeada de enemigos por todas partes, la criatura pareci? ponerse frenetica.
- ?No importa cuantos acudan en tu ayuda vidente! ?Tu coraz?n sera mio antes de que mi t?tere caiga muerto! - Bram? con furia, al tiempo que se lanzaba sobre el elfo.
Desesperado, Eleomer trat? de retroceder, pero no fue lo suficientemente r?pido. Los dientes de la criatura se cerraron sobre el brazo con el que el elfo intent? defenderse (-3 pv). Insaciable, la critura trato de desgarrar el abdomen de su victima con sus garras. El mago consigui? hurtar el cuerpo ante el primer zarpazo, pero el segundo le desgarr? las vestiduras produciendole una dolorosa herida (-4 pv). Por suerte, los conjuros de Salcedin habian amortigauado en cierta medida la fuerza de los impactos.
Antes de que el ser pudiera seguir cebandose con el pobre elfo, Pluma aterriz? sobre su enorme testa, azotandolo con sus alas y picoteando sus orejas. Enfurecida, la criatura se apart? de su victima y trat? de apartar a aquella patetica molestia con sus afiladas zarpas, pero el ave de presa fue mas r?pida y alz? de nuevo el vuelo con un chillido de desafio. Viendo su oportunidad, Pah Quall dej? el arco sobre el alfeizar de la ventana y desenfund? con un movimiento fluido una peque?a hoja de filo argentino.
- ?Prueba con mi daga de plata, Hijogusano, parece inmune a las armas convencionales!- grit? al tiempo que lanzaba el arma a los pies del barbaro.
Hijogusano no necesit? que se lo dijeran dos veces. De repente, todo pareci? ir a camara lenta para el hijo del desierto. Los sonidos de la lucha se apagaron y tan solo pudo escuchar el bombeo de su propio curazon, latiendo cada vez con mas fuerza en sus oidos. Su cara se torn? en una feroz mascara impasible en la que sus oscuros ojos brillaban como ascuas encendidas. Dejando caer su arma, rod? por el suelo y empu?? con fuerza la daga. Sin deter su agil movimiento, trat? de apu?alar las corbas de la criatura. Para su satisfaci?n, la hoja plateada raj? la piel del ser, abriendole una gran herida (-9 pv)
En ese mismo instante Nikos entr? en la habitaci?n seguido de cerca por Earhum. El veterano titiritero abri? los ojos como platos, dejandose llevar por el temor y el asombro por un instante. Despues su expresion se torno mas seria y decidida. Aprest? su daga con gesto experto y sus labios entonaron un viejo poema, sobre un le?ador norte?o y una terrible fiera. Los versos resonaron por encima del estrepito de la lucha, otorgando a los corazones de los aventureros parte de la fiera determinacion del le?ador.
Colocandose junto a Nikos, Salcedin enton? otro encantamiento y de nuevo la habitaci?n se vi? ba?ada por subitos destellos dorados, que parecieron envolber con su halo a los contendientes que trataban de doblegar a la bestia.
En el otro extremo de la habitaci?n, Sarven sac? apresuradamente la antorcha de la peana y la sostuvo ante s?, concluyendo que si el fuego invocado por Eleomer consegu?a da?ar a la bestia, aquella fuente de luz iba a causar el mismo resultado, aunque probablemente no causar?a tanto dolor a la criatura ya que el fuego era mucho menor. Estaba practicamente seguro de ello.
Resollando y rojo por el esfuerzo, el cl?rigo se dej? llevar por el caos reinante. Ver aparecer a aquellas personas, prestas a ayudar tanto a El?omer como a ?l mismo le llen? de una extra?a sensaci?n, una especie de euforia de combate provocada al ver como la balanza se inclinaba de su lado despu?s de aquellos momentos iniciales tan negros. Sin pensar en las consecuencias, salt? a la carrera a la vez que aullaba incoherencias, blandiendo la antorcha a diestro y siniestro con la esperanza que en aquella alocada carrera el cuerpo de la bestia chocase contra la llama de vivos colores. Por desgracia, su precipitada carrera le llev? a chocar frontalmente con Earhum (pifia), que trataba de colocarse a un flanco de bestia. Ambos hombres calleron al suelo con estrepito, aunque el sacerdote consigui? no perder la antorcha en el encontronazo.
Gracias al uxilio de sus compa?eros, el maltrecho Eleomer consigui? separarse de la criatura. Intentando encontrar un conjuro en su repertorio que les permitiera obtener alguna ventaja en el combate, decidi? utilizar un viejo truco que le habia ense?ado su venerable maestro, hacia ya muchos a?os. Con rapidez pronunci? las palabras del sencillo conjuro, con la esperanza de que funcionase. Sin embargo, la criatura se limit? a seguir rugiendo de dolor, mientras intentaba separarse de la hoja con la que lo habia herido Hijogusano. Desesperado, el mago mir? al otro extremo e la habitaci?n, donde su esfera llameante estaba a punto de disiparse. No podria utilizarla sin correr el riesgo de quemar a algunos de los contendientes. Herido y debilitado, Eleomer decidi? retroceder aun mas y dejar el combate en manos de los guerreros. Su ardiente creaci?n chisporrote? durante un instante mas y despu?s desapareci?.
Un tremendo fragor metalico se escuch? en las puertas de la sala. Haciendo tintinear su armadura, Akaradrim entr? a la carga blandiendo su pesada hacha y gritando un feroz grito de guerra enano.