Jueves 5 de julio - Bragollach
El sol se escondía raudo detrás de las Montañas de la Sierpe, incendiando las nubes grises y tornando el valle y los árboles de colores áureo rojizos. El repicar de los cascos era el único sonido que se escuchaba en millas a la redonda. Los equinos avanzaban como azuzados por el látigo de un Balor, las siluetas eran apenas visibles dentro de la humareda que dejaban a su paso. El viento mecía los árboles y la hierba de un lado a otro, ondeando las capas de los jinetes a su paso. El vertiginoso galopar los acercaba cada vez más a la mole sombría en que se iba transformando el pueblo a medida que avanzaba el día. De pronto Heian, el explorador elfo, miró involuntariamente al cielo y dijo pausadamente: - Parece que va a refrescar dentro de poco -. Lubis, el clérigo, lo miró y dijo con voz sombría: - Entonces, que estamos esperando... será mejor avanzar rápido -. Sin más dilaciones azuzaron a los equinos para continuar la carrera.
Tras unas horas de galope incesante vieron cercana la frontera del pueblo, el sol se había terminado de esconder y la oscuridad reinaba en el pueblo de apariencia desesperanzadora. La lluvia arreció como si Adad, el dios de las tormentas, hubiera desatado toda su furia contra el pueblo y sus cercanías. Las calles y pasajes no tardaron en crear charcos y barrizales y los plebeyos corrían a refugiarse en sus casas construidas de maderas, que mucha protección no daban, pues tenían techos de paja. En las calles había centinelas - demasiados para cualquier ciudad, y aun más para un pueblo - de caras sombrías y, a la vez, asustadas. La inexperiencia se notaba en su forma de moverse, pues trastabillaban nerviosos cada tanto, y por como sostenían las armas - pues las sostenían de manera torpe -, los escudos tiritaban seguramente por el peso. Pronto la oscuridad consumió el distrito fronterizo y las lámparas, aun bajo el aguacero que caía fueron encendidas.
Tras unos minutos llegaron a los distritos interiores, las lámparas alumbraban escasamente los caminos encharcados. En la lejanía se distinguió un edificio, de unos tres pisos de alto que mantenía sus luces encendidas. Los guardias miraban atentamente al grupo, con desconfianza y recelo, sin embargo tampoco los cuestionaban. Y llegaron al lado de aquel edificio, un letrero rezaba “Posada Entreaventuras”.
-----------------------------------------------------------------------------------
Jueves 5 de julio, noche - Posada Entreaventuras
El edificio estaba construido de manera que la base era de piedras y una mezcla que las unía (Hasta 2' de altura), el resto era madera de pino, abundante en el bosque.
Un ventanal situado a la derecha del edificio se encargaba, seguramente, de dar luz a la edificación. Al lado de esté, había una puerta en mal estado con multiples marcas de peleas, lo más probable es que la puerta se mantuviera en pie gracias a los remaches de acero. Los cinco compañeros se acercaron. Lubis extendió la mano, tomó el pomo y lo giró.
Lo primero que vieron fue una suerte de comedor, con seis mesas desperdigadas y una suerte de barra para atender a los clientes. En la muralla izquierda había muchos papeles colgados. Detras de la mesa de atención había un hombre de unos sesenta años, su piel estaba bronceada aunque era obvio que hacia mucho tiempo esa piel había sido blanca. El pelo era ceniciento y mal cuidado y los ojos de color castaño como corteza de árbol, eran ópacos. Vestía jubón blanco y pantalones de color café desteñidos. En la esquina, al lado del ventanal, había una lámpara de aceite que alumbraba el sitio.
El anciano se sobresalto y, enseguida, dijo con voz animosa: - Buenas noches aventureros. Han salvado mi día. ¿Cuánto os pensáis quedar?