Actualidad. Barrio Antiguo de Orsatelli. 3 de juilo de 1999.
Un antiguo mercedes avanzaba lentamente por las estrechas calles de un barrio que hab?a conocido tiempos mejores. Lo que anta?o fuera una de las zonas tur?sticas mas visitadas de la ciudad hab?a pasado a ser uno de los n?cleos marginales mas peligrosos e inseguros de la ciudad. A la luz blanquecina de los faros las prostitutas y sus chulos se hac?an a un lado, subi?ndose a las aceras para dejar paso al coche. Interrump?an sus turbios negocios y contemplaban el paso del vehiculo en silencio, como lo har?an campesinos de una edad pasada ante la comitiva de su se?or. Y quiz?s, la comparaci?n no seria tan desacertada.
Finalmente el coche se detuvo. A su lado se alzaba una casa que parec?a un viejo caser?n se?orial completamente rehabilitado para convertirse en un hospedaje pintoresco. Desde la puerta un hombre corpulento y de rasgos africanos se acerc? a abrir la puerta del vehiculo.
- Buenas noches se?or Alvarado. Bienvenido una noche mas a la Rosa Oscura.
- Buenas noches Zoubal. - Respondi? Diego Olmonegro alz?ndose del asiento. Por encima de la portezuela abierta ech? un vistazo a su alrededor, contemplando el viejo letrero de hierro y las sucias callejas llenas de gentuza. "De vuelta al hogar" pens? con una sonrisa torcida, fatalista.
- Patr?n, ?aparco donde siempre y subo al despacho? - pregunt? Alvar, sac?ndole como siempre de su ensimismamiento.
- De acuerdo. Hay mucho que hacer. No te demores. - Respondi? escuetamente el aragon?s, al tiempo que abandonaba definitivamente el coche, que arranc? perdi?ndose calle abajo.
- ?Va a subir directamente a la tercera planta, se?or? - Inquiri? con cortes?a el africano, al tiempo que hacia un gesto con la cabeza hacia la parte alta del edificio.
- No. Quiero que la gente sepa que he vuelto a Orsatelli. - Repuso Diego, al tiempo que se dirig?a a la puerta. Zoubal se le adelant?, franque?ndole el paso para sentarse en un taburete junto a la barra como un cliente mas.
Diego atraves? el atestado local con calma, saludando aqu? y all? a alg?n conocido entre los grupos de hombres y mujeres que se sentaban en las mesas. Cejas partidas, viejas cicatrices, bultos sospechosos en una axila o en el cinto, caras bonitas demasiado maquilladas conformaban un paisaje familiar y peligroso, de gente acostumbrada a vivir la vida por el lado izquierdo de la ley. Los saludos del Lasombra eran correspondidos con respeto, con inclinaciones y gestos de la mano. En aquel cubil de lobos, todo el mundo sabia quien era el lobo mas peligroso.
Alcanz? finalmente la puerta y avanz? por un pasillo, dejando atr?s los servicios vigilados por un borracho que no estaba tan borracho como parec?a. Cruz? un par de pesadas cortinas de oscuro terciopelo y subi? por unas empinadas escaleras, decoradas con viejas armas y armaduras. Al final de la ascensi?n, un hombre le sali? al paso.
- Se?or Alvarado, que sorpresa, no esper?bamos su visita esta noche. ?En que le puedo ayudar? - Pregunt? con voz amable y segura. Una voz entrenada para agradar.
- He llegado de improviso y quisiera relajarme, Anton. ?Quienes han venido hoy?
- El se?or Gisbert y el se?or Tanaka, junto con sus acompa?antes. Creo que celebran la conclusi?n de alg?n negocio, y est?n invitando a todo el mundo a beber. La velada promete.
- Saludar? a ambos se?ores y despu?s me retirar? a mi suite del piso de arriba.
- ?Con su acompa?ante de siempre?
- Por supuesto Anton, por supuesto.
- Lo arreglar? todo para que as? sea se?or. Perm?tame... - Dijo, haci?ndose a un lado y pulsando un discreto bot?n. Una pesada puerta de madera se abri?, dejando escapar la melod?a cadenciosa de alguno de los ?xitos de aquel verano. - Que pase buena noche se?or. - Se despidi? el recepcionista, cerrando la puerta a la espalda de Diego.
Con la misma calma con la que hab?a cruzado la sala anterior, el Lasombra comenz? a avanzar entre la marea de hombres trajeados y sensuales cuerpos de mujer que se mov?an al son de la m?sica. Tal y como Anton le hab?a predicho, rasgos orientales y europeos se entremezclaban en la pista de baile. Sin que nadie llegara siquiera a rozarle, Diego se aproxim? hasta la mesa donde dos hombres brindaban con alegr?a rodeados de guardaespaldas. Olmonegro se aproxim? a saludarles con cortes?a. Se estrecharon manos y se intercambiaron saludos. Como siempre, rechaz? beber, pero pag? una botella del mejor champa?a. Despu?s se disculp? y dej? que aquellos dos hombres concluyeran sus negocios. Mas tarde se enterar?a del mas m?nimo detalle de la operaci?n.
Avanz? hasta la barra, d?bilmente iluminad por neones azulados. Parejas de hombres y mujeres conversaban muy juntos, entre sonrisas y miradas carentes por completo de inocencia. Solo una mujer fumaba sola, sentada en un taburete.
- Lydia. - Salud? Diego con sencillez, al tiempo que se aproximaba.
- Se?or Alvarado, que agradable sorpresa. - Exclam? la mujer, con un cuidado franc?s. Era una autentica belleza, de rasgos morenos y vertiginosas curvas, ataviada con un sencillo traje negro que habr?a resultado sobrio si no hubiera resaltado con elegancia su figura. No era ni mucho menos tan joven como el resto de las chicas que pululaban por la sala, pero pose?a una madurez fascinante y embriagadora.
- No puedo creer que la joya de esta casa se encuentre sola. - Coment? Diego con una sonrisa divertida, al tiempo que hacia un gesto al camarero.
- Y no lo estaba. Pero mi acompa?ante vi? como saludaba al se?or Tanaka y al se?or Gisbert y decidi? esfumarse.
- ?Podemos retirarnos entonces?
La mujer sonri? y abandon? el cigarro en un cenicero de la barra. Tom? un trago de una copa aflautada que habia a su lado, demorando con coqueteria su respuesta. Se puso en pie, tomando el bolso que le tend?a el camarero y se gir? por fin hacia su interlocutor.
- Podemos.
El camarero les flanque? el paso a trav?s de una discreta puerta. Subieron otras escaleras, similares a las anteriores, Lydia delante y Diego detr?s, deleit?ndose con la forma estudiada de avanzar y la promesa insinuante de cada movimiento de su espalda. Otra sonrisa fatalista asom? a sus labios.
Al final de las escaleras les esperaba otra puerta, que les fue flaqueada por un hombre silencioso que apenas les mir?. Dejaron otra puerta atr?s, que Diego cerr? cuidadosamente con una llave que extrajo del bolsillo interior de su traje y quedaron por fin aislados de todo y de todos.
Lydia cruz? la habitaci?n y se sent? con estudiada elegancia en un mullido sill?n de cuero, mientras Diego se aflojaba la corbata y abandonaba la gabardina y la americana en el respaldo de una silla de oficina. Ech? un leve vistazo al correo que hab?a cuidadosamente colocado en su escritorio. Tom? un abrecartas en forma de daga que reposaba sobre el sobrio mueble de madera y alz? la mirada hacia la mujer, que aguardaba con una tenue sonrisa en los labios.
- Cu?ntame Lydia... ?alguna novedad?- Pregunt?, mientras comenzaba a rasgar uno de los sobres.