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Anima: El Hijo de la Muerte [DDI]

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Barack Aurum Draco:

Judas, 22 de junio del 223 DC, alba.

- ¿Están todos los preparativos listos? - Inquirió, con voz glacial, Rah a uno de sus subordinados. - No quiero errores hoy, nada puede salir mal. Cualquier traspie lo pagaras con tu vida, Grauen.

Grauen miró fijamente al hombre sentado en el trono, al último descendiente de Iscariote. Se inclinó en señal de asentimiento. - Sí mi lord, todo esta preparado - tragó saliva, humedeció sus labios con la lengua sin alzar la mirada. Los ojos de aquel hombre parecían traspasar con facilidad la carne y, aun después de años de servicio, no podía sentirse cómodo ante él. - Hemos hecho contacto con las tropas Duk’zarist que están al otro lado del Mar Interior… Solo esperan que sus ejércitos lleguen y usted de la orden para comenzar.

Rah sonrió satisfecho mientras dirigía una mirada a Noah, la princesa de esa raza de idiotas y su llave al triunfo, ese día comenzaría su guerra… su guerra contra Dios y su victoria sobre los pueblos de todo el mundo. Sus objetivos estaban al alcance de su mano, solo tenía que tomarlos. Se levantó. Su porte era majestuoso pero a la vez siniestro, como el hombre que sabe que su hora a llegado y que las consecuencias de su actuar serán terribles. Pasó por el costado de Grauen sin dirigirle la mirada. Se detuvo a unos metros de él, entonces su voz se elevó nuevamente- Quiero a todo el mundo listo ahora, zarparemos hoy. Quiero a todos mis efectivos, a todas las criaturas, todos los armamentos… Mañana… mañana empezará la renovación.

Nubes tormentosas cubrían los cielos del reino de Judas y del mundo completo, en su vasta extensión. Nubes que eran un indicio de lo que se avecinaba, indicio de la oscuridad que se cernía no solo sobre la humanidad, sino sobre todas las razas que poblaban el planeta. El cielo clamaba por la llegada del infierno. Y la tierra se convertería en el mismo infierno.


Ruinas de Doriath, 25 de Julio del 224 DC, atardeciendo.

Hecatombe. Esa era la única palabra que podría describir la entrada de Rah y sus ejércitos en Doriath. Los sylvain, aunque poderosos, no pudieron hacer nada contra las tropas del señor de Judas. La esplendida ciudad de Doriath quedo hecha cenizas y no hubo sobrevivientes al ataque, o eso creyó Rah.

En un lugar de las ruinas, se encontraba Gaudemus. El sylvain estaba malherido, pero no muerto. Los ojos celestes miraban al cielo como buscando respuestas a sus muchas preguntas. Todo lo que amaba, todo lo que podía recordar como un hogar se lo había llevado un puñado de hijos de puta. Cada hombre, mujer y niño había probado el acero humano y, por si fuera poco, él había quedado vivo… ¿Porqué C’iel le había dejado con vida? ¿Por qué su Dios se reía de él? Una idea atravesó su cabeza y se instaló en su mente: Su Dios, quería que se vengara.

Mientras pasaban las horas y el cuerpo del sylvain se recuperaba, comenzó a cuestionarse su real capacidad para vengarse. Podría él, un simple creador, obtener poder suficiente para derrotar a aquel que había arrasado a su pueblo en un abrir y cerrar de ojos. La respuesta, llego envuelta de un halo de oscuridad. No necesitaba volverse fuerte… el era un creador, un ingeniero, un mago… el podía darle vida a algo lo suficientemente poderoso como para acabar con la humanidad completa y para ello, utilizaría las ruinas de su ciudad como materia prima.
Años de labor, de sudor y de sangre, de loca obsesión darían lugar al más horrendo de los males. Solo una vez azotó la tierra, pero allí donde lo hizo dejo una huella de terror, dolor y sangre, y por eso se le dio el nombre de Filisnogos, “El hijo de la Muerte”.

Barack Aurum Draco:

Alberia, 1 de Septiembre del 990 DC. En el filo de la Medianoche.

El viento soplaba con fuerza, los árboles se mecían de un lado a otro y el entrechocar de sus hojas y ramas evocaba la majestuosidad del mar. Los búhos cantaban su macabra canción nocturna entre rama y rama, mientras los brillantes ojos dorados buscaban su presa en la oscuridad del bosque. El río brillaba plateado, cantando con su correr a sus amadas estrellas, mientras la luna iluminaba con su fría cara la extensión toda de la tierra.

Y en medio de aquella verdadera sinfonía natural una sombra yacía sentada sobre una roca. Era tal la serenidad de la figura, tal la conexión que tenía con la naturaleza, que un observador casual nunca se hubiese percatado de su presencia. La cara del hombre se elevó a las alturas en un imperceptible movimiento y los ojos verdes escrutaron el infinito, de pronto, una lágrima rodó por su mejilla. La luna estaba manchada de un rojo carmesí.

Dos sombras se acercaron por su espalda, como gatos en medio de la noche. Una era alta, la otra visiblemente más baja. El hombre inclinó su cabeza, las lágrimas aún brotaban. Sin voltearse a mirar dijo con una voz de acero inquebrantable - Ha comenzado... A partir de hoy, el hombre comenzará su evolución. Poco a poco la humanidad y sus civilizaciones se convertirán polvo y el polvo regresará a la tierra y, por fin, los humanos serán uno con Gaïa. Finalmente conseguirán la tan anhelada inmortalidad que se les ha negado. - El hombre calló un momento, el hombre y la mujer detrás de él lloraban. -El día ha llegado... y es hora de que hagamos el primer movimiento. - Sus palabras resonaron en cada rincón de aquella vasta tierra salpicada de árboles y ríos. El hombre dio media vuelta y sonrió. La luna había hablado y su espera había llegado a su término.

Comenzó aquel hombre su caminar, pasando en medio del hombre y la mujer que no se atrevían a levantar la mirada, talvez por un profundo miedo, talvez por infinito respeto. Avanzó un par de metros y se detuvo, su mirada estaba perdida en el oscuro bosque - ¿Qué información me traen? - Inquirió. El hombre y la mujer se miraron como preguntándose quién contestaría. Finalmente fue la chica quien contestó, aunque escuetamente - Encontramos una, en un pueblo cercano. Está en posesión de un hombre de insignificante poder.

Se hizo un pesado silencio, casi sobrenatural, que fue abruptamente quebrado por el hombre. Sus palabras entonces parecían dictadas por la misma naturaleza, por una fuerza inhumana, monstruosa y aterradora: "Entonces... hacemos desaparecer a ese tipo... y a su pueblo y estaremos más cerca de nuestra meta...", se dibujo una sonrisa casi sarcástica en su rostro, "Esto será fácil... realmente fácil."

Barack Aurum Draco:

El Barón, Grafthon, 2 de Septiembre del 990 DC. Tarde.

Como la mayor parte del año, aquel 2 de Septiembre era un día lluvioso. El cielo estaba cubierto de nubes violetas, grises y negras que daban la impresión de que caería un terrible tormenta. Con todo, el día no era particularmente helado, pero la lluvia calaba los ropajes y entumecía los huesos.

A pesar del clima inclemente, los pobladores parecían prestar poca o ninguna atención al mismo. Acostumbrados a las constantes lluvias, para ellos este era un día normal. La calles, extrañamente, no estaban anegadas o excesivamente deterioradas y si bien era posible localizar uno que otro charco o barrizal, eran excepciones al piso firme que era la norma general.

En medio de aquellas edificaciones construidas de madera, estaba ubicada la taberna del "Lobo Tuerto". La taberna estaba constituida por unas cuantas mesas con sus respectivas sillas y una suerte de barra que amueblaban el lugar. La mayor parte de los parroquianos se sentaban en pequeños grupos. Bebían y reían, chocaban las jarras y volvían a beber, el ambiente parecía muy normal, con la sola excepción de un orondo hombre que se hallaba sentado solitariamente en un extremo de la habitación. Su figura era, cuando menos, peculiar: vestía un largo abrigo de color negro y un sombrero de copa, llevaba anteojos y parecía sonreir satisfecho con el transcurso de las eventualidades, colgado en su silla estaba un paragua de color violeta.

Aquel hombre tomó la jarra que tenía delante de él y se la llevo a la boca. -Esta amarga... como una espera demasiado prolongada o una vida demasiado larga... o la perdida de algo querido tempranamente.- pensó, el barón mientras continuaba bebiendo su cerveza -Cabe dentro de las probabilidades que falle alguno... después de todo, esa es la gracia de la vida: los imprevistos. Sin embargo, es muy poco probable que no llegue ninguno; aunque no se puede dar por descartado... nada se puede dar por descartado.- Miró al techo como buscando respuestas o confirmaciones dentro de leyes no entendidas por los humanos -Por otro lado, tienen razones para venir...  y me he asegurado de que sean buenas razones, no debería caber duda alguna de que al menos alguno llegará... pero con la ley de la casualidad...

Su desordenada reflexión se vio interrumpida por uno de los ebrios que balanceaba en su silla mientras reía y gritaba estruendosamente. La sonrisa del gordo barón desapareció de su rostro, los ojos se tornearon hacia el hombre - ¡Callate pedazo de basura, no me dejas pensar! - gritó furicundo. El borracho le miró atónito por unos segundos, para luego estallar en carcajadas. En ese instante la sonrisa volvio al rostro del barón cargada de un aura maligna y la carcajada del hombre fue tragada por un súbito estruendo. La silla en la que se mecía cedio, dándose el hombre un fatal golpe en la cabeza.
-No tientes a la suerte... esa es la lección- murmuró el barón.

En aquel momento apareció la primera de las personas a la que esperaba. Su sonrisa volvio a un aire de normalidad. Comenzaban a llegar.

Nindalf Firodes Troscard:
Nindalf Firodest, Grafthon, Taberna "Lobo Tuerto". Atardeciendo.

La Puerta de la taberna se abrió, por ella apareció un hombre que bordeaba el metro noventa tapado con una capucha y una capa totalmente negra en la cual casi no se le reconocían facciones por lo largo de su capuchón, solo un instante le tomo al extranjero echar un vistazo y comprobar donde se encontraba su objetivo, claro, era inconfundible para el reconocer la horrible sonrisa que le traía tantos malos recuerdos del pasado. En ese momento el tabernero pálido como si un fantasma lo persiguiese salto por encima de la barra y metiéndose en el tumulto que rodeaba al cadáver que acababa de caer. Los que no tenían nada que hacer ahí con el muerto se comenzaron a ir de la taberna. Se acerco a la mesa del gordo de sonrisa complaciente, de mala gana se sentó y se noto en el hecho de que arrastro la banca casi con rabia, se descubrió la cabeza mientras aparecía una pañoleta rojo pálido cubriéndole el cabello, de rostro cansado y algo molesto frunciendo el ceño y sin quitarle la mirada al rechoncho hombre.

He llegado en el plazo que prometí, y sin rodeos me dirás lo que no me quisiste decir hace tres años, tres largos y jodidos años pensando en quien es el responsable de mi desgracia… -decía esto mientras bajo la mesa cerraba el puño con impotencia.- Y la verdad no se la razón por lo cual no me mataste hace tres años, no comprendo a dos tipos de personas, los vagabundos y los locos y tu estas dentro de los segundos, y no se para que me trajiste casi al otro lado del planeta para decirme quizás que cosa… -comenzó a mover la pierna con impaciencia y pensaba- Cálmate, no te conviene quedar en ridículo en una trifulca comenzada por ti, sabes que este imbécil de enfrente te sacaría los ojos con un vaso.

Respiro hondo, cerró los ojos puso su mano en su arma, escudo y mochila y las dejo a un lado y como si no fuera él trato de calmarse por las malas poniéndose algo mas cómodo y poniendo cara de impaciencia para ver si el gordo hombre le daba alguna respuesta a sus interrogantes…

Y supongo que el te estaba molestando o fue solo coincidencia que la silla destruida bajo él se allá colapsado así como así

Glaviar:
Firas Valthiaer, Grafthon, Taberna "Lobo Tuerto". 2 de Septiembre del 990. Ocaso.

Nubes violáceas y negras en el firmamento escancian pesadas gotas de agua, al tiempo que anochece en el pueblo de Grafthon. Entretanto, una figura enjuta deambula por la localidad de forma errática. Se trata de un tipo con capucha blanca que camina bajo una copiosa lluvia, en solitarias callejuelas transitadas por una que otra persona. Este sujeto va meditando mientras camina con un singular paso. En sus cavilaciones, que lo hacen realizar los más extraños gestos faciales, piensa como si se estuviese narrando, lo siguiente:

En la medida que me voy acercando al lugar señalado, más se acrecientan mis dudas sobre aquel hombre rechoncho. No me da buena espina todo esto, puede ser una maldita trampa. A cada lugar que miro, veo los ojos de ellos persiguiéndome. Bien puedo explicar esta molesta sensación como una paranoia generada por todos los acontecimientos vividos en este último tiempo, pero aquel tipo ¿cabe dentro de esta explicación? Por cierto que no. Y por eso mismo siento esta gran desconfianza, porque no se trata simplemente de una angustia, esto tiene un fundamento. Él sabe demasiado sobre mí. Él debe tener una conexión con ellos, y por ese motivo debo mantenerme precavido.

Mientras discurría todo esto por su mente, detiene su andar para levantar su cabeza gacha. Mira el cartel con cansados ojos y se dice en su fuero interno:  

Aquí es, la taberna “Lobo Tuerto”. Hasta el nombre me resulta extraño. En estas circunstancias, debo precaverme incluso de mis pensamientos.

Sigue rumiando y discurriendo en su monólogo mental, mientras permanece un instante detenido en la entrada de la taberna. Entretanto, la lluvia cae a cántaros sobre su cabeza encapuchada. Acto seguido, acomete la acción de entrar al lugar, narrando mentalmente su proceder:

Abro la puerta de par en par, y entro a una estancia que, a mi gusto, no está mucho mejor que afuera. Lo primero que diviso…  un tumulto de personas sobre lo que parece ser un cadáver… mmm, menuda casualidad… y a un costado de aquella habitación, aquel tipo… inmediatamente captura mi atención… su sonrisa socarrona activa de golpe mis sentidos adormecidos por el agua precipitada desde los obscuros cielos.

Ignorando el suceso de aquel tipo que yace en el suelo, el hombre de capucha camina con un paso medio rengo hacia la mesa de un robusto hombre con sombrero de copa y casi sin divisar la presencia de la persona que está conversando con él, lo interpela con estas palabras: He llegado. Ahora dime, ¿De qué va todo esto? Mientras dice aquello lo mira fijamente con penetrantes ojos, como si la única razón de aquel extraño encuentro no fuese otra cosa que las palabras que aquel rechoncho hombre pudiese decirle.

Se hizo una pausa. Incluso quienes estaban junto al cuerpo yerto de aquel infortunado hombre hicieron un breve silencio. La escena quedó como congelada. Luego, todo prosiguió como si nada hubiese ocurrido.

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