Capitulo I
Destinos entrecruzados
23 de julio del 989, Alfheim, ocaso.
El sol se comenzaba a poner detrás de las montañas del oeste, el pueblo se tornaba de tonalidades áureo rojizas con el avanzar de los minutos, las nubes negras se teñían rojas y el cielo parecía quemarse en un incendio infinito y hermoso.
Alfheim era un pueblo pequeño y, se podría decir, pacífico. Sus calles estaban cubiertas de nieve, pisoteada mil y una veces por los pobladores y animales de la zona, las casas eran de madera o barro. La gente caminaba sin apuros, los hombres se introducían en alguna de las tabernas del poblado (que en realidad eran solo dos), los niños corrían a sus casas... Nadie podría pensar que en ese pueblo ocurrían, en ese preciso momento, turbias confabulaciones en contra del alcalde y que el último comenzaba a preparar sus cartas para defenderse… la sangre correría.
A esas horas de la tarde un hombre de casi uno ochenta de largo caminaba erguido, mirando a su alrededor de manera curiosa. Llevaba puesta una camisa blanca, unos pantalones negros, abiertos en la parte inferior desde donde sobresalía la línea blanca de un tribales y una capa negra bordada con extraños diseños y símbolos. Su mirada, de pronto, se fijó en la casa más amplia… allí se dirigía, a la casa del alcalde. Se esbozo una sonrisa en su cara y comenzó a caminar un poco más rápido.
En un lugar apartado, una chica de ligera complexión vestida con atuendos orientales caminaba tranquilamente hacia el lugar señalado por su futuro empleador, miraba a las personas con profunda curiosidad: Nada de esto parecía a su hogar y, aunque habían pasado ya dos meses, no se podía acostumbrar ni dejar de sorprender por el clima y la forma de vida de aquellos rústicos hombres.
No tenía ganas de trabajar y hubiera preferido quedarse cuidando de él, pero… la necesidad justifica y, de cierta forma, la obligaba a salir a trabajar…
Desde otro punto de la ciudad venía una chica de blanca melena, sus ojos de color violeta, eran penetrantes como los afilados dientes de un lobo, aun así, su esbelta figura y hermosa facciones ocasionaban que los hombres a su alrededor le quedasen mirando pasmados. Caminaba lentamente, acompañada por un hombre bajo (no medía más de 1.50) vestido con una túnica de color negro, que miraba a través de la mascara que le cubría el rostro a todos lados, como intentando ahuyentar a los hombres que, simplemente, lo pasaban por alto…
Casi al unísono llegaron a la casa, de dos pisos de largo y un poco más ancha que tres casas juntas. Como todas, estaba construida de madera y su tejado estaba cubierto de blanca nieve. En el jardín de la casa había pinos y el pasto afloraba entre la nieve removida. Las puertas eran grandes y estaban cubiertas de diseños que podrían llamarse célticos, los pomos de las puertas eran de un metal plateado muy lustroso,
Los tres desconocidos se miraron como desconcertados. Luego miraron a la casa y comenzaron a avanzar sin modular palabra alguna…
23 de julio del 989, Drekel, Noche.
La noche era oscura, oscura como siempre en Drekel. Los altos árboles impedían el pasar de la luz de la luna y los pobladores de la pequeña aldea fortificada se acostaban y dormían tempranamente, por lo que antorchas y linternas eran apagadas cuando la noche era joven aun.
Y en la oscuridad de la noche, un hombre, un joven… un cachorro, yacía tendido en su cama sin poder pegar sus parpados. Sin embargo, el sueño se hizo fuerte en algún momento y sus ojos se cerraron y su mente divago en medio de horribles imágenes. El demonio de la alabarda y el poderoso león, los ojos de fuego, la resurrección del demonio muerto. El cielo parecía quemarse con su pasar y el león, herido y viejo, no podía combatir, la alabarda del demonio se levantó hacia el cielo, el felino se defendió… pero la fuerza implacable del demonio cayó sobre el cuerpo del rey de los felinos, que había, a su vez, propinado el golpe fulminante a su oponente. El león se convirtió en espada y el demonio murió de pie.
De pronto, el cielo se apago y los enormes guerreros desaparecieron, la tierra se hizo lóbrega y cinco hombres miraban con los ojos rojos a su presa… él.
Hagalaz despertó en su cama, cuando el sol salía del este y su ventana estaba bañada de la luz solar. Se levantó rápido y salió a caminar, no llevaba diez minutos caminando cuando recordó que hoy, precisamente hoy… debían interrogar a los hombres que habían intentado matarlo...
Apresuro el paso hacia el ayuntamiento, allí tenían encerrado a los malditos… los haría pagar...