Calles de Boston, 20 45
Tyler Wood, un periodista que NO esta loco, aun...
El periodista se inclin? sobre el hombre que yac?a herido en la parte trasera de su coche, pero no fue capaz de distinguir o clasificar nada de lo que escuchaba, que m?s que palabras parec?a ser una sucesi?n de consonantes pr?cticamente impronunciables.
Los sonidos sal?an de sus labios a un ritmo vertiginoso que iba en aumento, tanto de intensidad como de velocidad, hasta que todo el coche qued? sumido en esa extra?a cacofon?a, mientras que comenzaba a aparecer un eco imposible, dadas las dimensiones del veh?culo.
Un segundo m?s tarde, todo ces? tan repentinamente que Tyler Wood se pregunt? si hab?a sido real o producto de su imaginaci?n. El herido ten?a los ojos abiertos, fijos en los del periodista, que se encontraba inclinado sobre ?l, libreta en mano. Parec?a haber recuperado la conciencia, y aunque estaba malherido, respiraba sin dificultad, lejos de lo que cabr?a suponer dada la ubicaci?n de sus heridas.
Intent? hablar, pero lo ?nico que sali? de sus labios fue un quejido lastimero y un gesto de dolor.
Finalmente, tras un enorme esfuerzo, consigui? articular algunas palabras que ten?an la intenci?n de sacar de dudas al periodista.
- Ll?veme a la farmacia de Clarence Hemingway en Copley Square
La voz no era m?s que un susurro, pero suficiente para que pudiera o?rse.
Cl?nica Rynolds, 21:25
Lisa Reynolds
Cuando la doctora Reynolds abri? la puerta encontr? a su enfermera con un inusual gesto de preocupaci?n que la sorprendi? bastante. Era una muchacha humilde que hab?a trabajado en uno de los hospitales a los que llevaron a los heridos de la Gran Guerra, y hab?a visto aut?nticas barbaridades, por lo que no imaginaba qu? era lo que pod?a haberle causado tanta impresi?n, aunque no tard? mucho en descubrirlo.
Sobre la mesa estaba el cad?ver que hab?a dejado minutos antes, o al menos estaba parte de ?l, pues su volumen se hab?a reducido considerablemente. Un examen m?s minucioso mostr? como el extra?o acartonamiento se hab?a contagiado a las zonas cercanas a las heridas, mientras que ?stas parec?an haberse disuelto sin m?s, de forma que hab?a desaparecido casi la mitad del t?rax.
Las ropas colgaban fl?cidas del cuerpo, y al moverlo para poder examinarlo mejor, unas fotos cayeron al suelo desde el bolsillo interior de la chaqueta.
Dos de ellas mostraban sendas estatuas, aparentemente muy antiguas, y la tercera a un hombre que rondar?a la treintena, y al cual cre?a haber visto en alg?n lugar. ?sta ?ltima ten?a adem?s un n?mero de tel?fono escrito al dorso, junto a un nombre, Alexander Arnold.
Museo Arqueol?gico de Boston, 20:55
Alexander Arnold
Cuando al Profesor Alexander Arnold le propusieron dejar las clases durante unas semanas para dirigir una exposici?n en el Museo Arqueol?gico de Boston, y de paso estudiar algunas piezas muy interesantes no se lo pens? dos veces, cuando le dijeron que una de esas piezas era el extra?o ?dolo de alabastro de Mohenjo-Daro casi llor? de alegr?a, pero ahora, una semana despu?s de haber comenzado la exposici?n, empezaba a arrepentirse de su decisi?n.
No eran las continuas entrevistas en revistas especializadas y peri?dicos universitarios, ni las visitas guiadas que hac?a a las personalidades que visitaban el museo, tampoco el coordinar los distintos actos paralelos como conferencias y exposiciones fotogr?ficas que se hac?an, era aquella condenada estatua, que despu?s de varios a?os de estudio segu?a siendo un enigma para los mayores arque?logos del mundo, y que atra?a su atenci?n con una fuerza irresistible, rob?ndole preciosas horas de sue?o que empezaban a hacer mella en ?l.
Pasaba m?s tiempo en las salas de trabajo y restauraci?n del museo que en su casa y en su despacho juntos, pero la ocasi?n lo merec?a.
Aquella estatua era una incongruencia en s? misma. Estaba hecha de alabastro, un material que no se encontraba en ninguna cantera conocida en varios cientos de kil?meros a la redonda del lugar d?nde la hallaron. La calidad de la talla era, cuando menos, impresionante, e incluso con la tecnolog?a actual hab?an tenido serios problemas para reproducirla de forma aceptable, y para m?s inri, las tablas de arcilla que recog?an la historia de la ciudad en la que la hallaron, afirmaban que la estatua fue encontrada en el lecho del Indo por los fundadores de la ciudad.
Estos datos fueron desechados como leyendas por los primeros arque?logos que llegaron a las ruinas de la ciudad, pero las recientes pinturas descubiertas en una zona mucho m?s antigua de la urbe reabrieron la pol?mica que tra?a por la calle de la amargura a ge?logos y arque?logos insignes de todo el mundo.
Sin embargo todo el mundo tiene un l?mite, e incluso la curiosidad m?s insaciable puede ser vencida por un cansancio extremo, de forma que llegadas las nueve de la noche, y tras m?s de 48 horas sin dormir, el profesor Arnold decidi? regresar a su casa para recuperar energ?as con las que proseguir su estudio. Sin embargo al llegar a su casa hall? algo en su buz?n que no le iba a permitir conciliar el sue?o en toda la noche.
Entre las facturas, cartas de conocidos y avisos de la Universidad hab?a una carta que le llam? la atenci?n. Ten?a sello de Colombia, y en ella no hab?a m?s que una breve nota y dos fotograf?as.
?Creo que esto ser? de sumo inter?s para usted. Llegar? a Boston a mediados de marzo. P?ngase en contacto conmigo
Sir John Marshall?
Las fotograf?as mostraban una estatua inquietantemente similar a la de Mohenjo-Daro y en el dorso estaba anotado ?Popay?n, Colombia, enero de 1921?