Autor Tema: La Muerte y el Invierno [DDI]  (Leído 98683 veces)

Falquian

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« Respuesta #465 en: Junio 06, 2008, 08:20:01 am »
Bosque de Nashkell. Interior de las ruínas éficas del pantano. Noche.

Akaradrim colgó su fiel hacha del ciento y recogió su escudo del suelo, haciéndolo tintinear sobre el empedrado. Echó una mirada flemática a su alrededor, y sus cejas se fruncieron al observar la figura embozada de Eleomer, que sin que nadie reparase en el, se había desplazado hacia el fondo de la sala, no demasiado lejos de la grieta por la que Karajo había penetrado en el recinto en ruinas. El vidente elfo parecía estar examinando algo que se encontraba semioculto en la penumbra.
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Falquian

Jurgen Heindall

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« Respuesta #466 en: Junio 13, 2008, 02:18:26 pm »
Bosque de Nashkell. Interior de las ruínas éficas del pantano. Noche.

Habían pasado dos horas desde el combate con las diminutas bestias peludas y la sorpresa de encontrarse un licántropo en el pantano que parecía ser el mismo que el del templo.
Una muy desagradable sorpresa que habían logrado llevar a buen término gracias al arrojo de todos los presentes. Tenía que hacerse con un arma argentada de manera urgente, vista la proliferación de ese tipo de bestias en la zona.
Lo peor es que el maldito era un malarita y dio la impresión de llevar la voz cantante en el tema de Oreja Cortada, al que nombró únicamente como un simple guardaespaldas.
La cosa se complicaba por momentos y su cansada mente y su agotado cuerpo no le ayudaban precisamente a ordenar las ideas.
Justo tras el combate recordaba vagamente haber parlamentado entre ellos y llegar a la rápida decisión de salir de allí cuanto antes, recojer a sus amigos y volver al poblado. El druída semielfo había recogido el bastón del hombre lobo y el mago se había diriguido al agujero por el que había entrado Karajo, y se había pasado allí un rato... ¿habría encontrado algo?

El repliegue táctico del pantano había sido... bueno, para qué engañarse, una serie de sucesos casi catastróficos. Los únicos que sabían moverse más o menos decentemente por un pantano a la luz de las estrellas y la esquiva luna eran Pah Quall y él mismo. Pah tenía de su lado el que la naturaleza parecía ayudarlo siempre a encontrar el mejor sitio por el que ir y en cuanto a él... bueno, era explorador y eso siempre ayuda. Akaradrin casi se cae en un pozo de arena semisumergido, salvado in extremis por Pah cuando ya se había hundido hasta la barbilla. Su ración de gloria había llegado al evitar que el recién llegado se apoyara en un árbol podrido donde había un nido de serpientes que seguramente no se hubieran tomado a bien la intromisión.

Sin embargo no encontraron resistencia organizada en su agotador periplo por el pantano en su empeño de llegar al poblado y reorganizarse, ni Oreja Cortado ni su grupo de bastardos hijos orca habían dado señales de vida.
Lo que tampoco encontraron, para su desesperación fue a Hijogusano ni a Sarven. Se había ido convenciendo de que estarían seguros, sanos y salvos, en donde se habían quedado al comienzo del pantano. Pero allí lo único que encontraron fue una daga de Hijogusano clavada en el cráneo de un orco, y parte de su capa, que ahora parecía púrpura, tanta era la sangre que la cubría. Era imposible buscar huellas en aquel terreno pantanoso y el propio cadáver no daba más información que su actual estado y su probable causa de muerte debida a una daga de metal afilado introducida violentamente en su frente. Sí, era la firma de Hijogusano.
De Sarven encontraron su mochila unos metros más allá en dirección al bosque, lo que les hizo alumbrar la esperanza de que pudieran haber huído. Lo que no les daba tantas esperanzas eran las grandes manchas de sangre que dibujaban extrañas formas en la mochila... imposible saber si eran de sangre orco o amiga. El agotamiento le hizo ver cómo la sangre se arremolinaba formando palabras que se formaban y difuminaban lentamente. El mago debió darse cuenta porque le tocó en el hombro para sacarlo de su ensimismamiento. Se limitó a mirarlo a él en vez de a la mochila, asentir vagamente y luego, con la mirada dura y un tanto febril prosiguió guiando al grupo junto al druída.

Una vez fuera del pantano la velocidad de marcha aumentó. Aquí estaban en su elemento tanto el druída como el explorador. Entonando silenciosas plegarias a su diosa común Mielikki lograron llevar a sus compañeros, cada vez más cansados del contínuo esfuerzo hasta llegar a las estribaciones del poblado. Una vez allí, antes de exponerse a la vista de la más que posible guardia, les habló.
¿Tenéis alguna idea de cómo afrontar las más que probables preguntas del Alguacil? Yo no tengo la mente para pensar demasiado... sólo quiero dormir 12 horas seguidas y recuperarme. No me apetece decirle que Othar ha muerto, mucho menos a su pobre hermana. Tampoco me apetece tener que explicarle quién es nuestro nuevo... compañero, ni qué le ha pasado a Sarven o Hijogusano.
Se deja caer, cansado, casi con lágrimas en los ojos. ¡Joder!, ¡¡maldita la idea de entrar de noche en el pantano!! y quizá ahora Hijogusano y Sarven...
Se calla, se hace el silencio. El poblado los espera, con su promesa de descanso y con la promesa añadida de muchas preguntas y malas noticias que dar.
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Te juzgaré porque tal es mi derecho de Príncipe, de Sangre y de Poder, pequeña sanguijuela desagradecida.

Barack Aurum Draco

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« Respuesta #467 en: Junio 14, 2008, 10:23:57 pm »
Bosque de Nashkell. En las afueras del pantano. Noche.
La noche de los lamentos.


Las palabras del explorador... retumbaron no solo en sus oídos, retumbaron en la tierra y en cada árbol, en cada uno de los presentes. No se atrevía a alzar la voz y no se le ocurría forma alguna de dar tan macabras explicaciones... Pero no podían quedarse ahí a morir de frío, sería mucho peor pues nadie vengaría la muerte de los caídos. Se acercó a Earhum, un poco después, y le extendió la mano...

- Levantate hombre, es mejor continuar y afrontar lo que venga que quedarse aquí... en medio de la nada, lamentandonos... ya llorarán a los caídos, cuando el viejo y el orco caígan... ahora, es hora de avanzar... - dijo el mago quedamente, mientras en la nebulosa de su mente intentaba explicar el porqué de los irresponsables usos que Eleomer había dado al arte arcano. Ya hablaría con él sobre esta y otras cosas.
« Última modificación: Enero 01, 1970, 01:00:00 am por Barack Aurum Draco »
\"El poder del hombre no radica en lo que puede hacer por sí mismo, sino en lo que su voluntad obliga a hacer a los demás\".

Calzaputas

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« Respuesta #468 en: Julio 02, 2008, 01:12:30 pm »
Bosque de Nashkell. Pausa en el Pantano. Noche.


Karajo miro un tanto despectivamente al maltrecho humano, aunque fue algo fugaz, ya que no estaba al tanto de lo mucho que habría tenido que sufrir adentrandose en el bosque y además había perdido a dos compañeros en el camino.

- Humano, el elfo tiene razón, no hay motivo por el que nos demoremos en el bosque, como bien has dicho, lo mejor será dormir en una cama durante esas 12 horas que necesitas en vez de tirado en un bosque, que a saber que sorpresas nos depara.

Y si el problema es lo que pueda alegar el alguacil, siempre podeis indicar que habeis ido a dar un paseo.. no creo que este prohibido, además siempre puedes alegar que al ser de noche te manchaste las vestiduras, para las posibles heridas Tempus seguro que puede hacer algo.
- Ofreciendole la mano para que se pudiera levantar con la ayuda de ambos.



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Falquian

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« Respuesta #469 en: Agosto 28, 2008, 09:43:44 pm »
Las afueras de Nashkel. Altas horas de la madrugada.

El aliento helado del invierno parecía soplar sobre sus mejillas sin compasión, haciéndoles sentir, si cabe, aún mas miserables. A pesar de la victoria, y de hayarse en razonable estado de salud después de enfrentarse a un terrible enemigo, la desaparición de dos de su compañeros y la muerte del joven granjero renegado pesaba sobre ellos como un yunque enano. Ninguno de ellos había mencionado en el camino de vuelta a la hermana del fallecido. Habían mantenido un lúgubre silencio mientras Earhum les guiaba en la ventisca.

Y los recien llegados tampoco animaban demasiado el ambiente con su conversación. El mago elfo, al parecer un viejo amigo de Eleomer que había aparecido por allí en el momento mas oportuno, caminaba a su aire cerca de su compadre, atento a las inseguras pisadas del vidente.

Y en cuanto al semiorco, caminaba impávido como si lo que les golpeaba el rostro no fuera sino agua de mayo. El frío, la muerte o el mismo fin del mundo no parecían afectarle demasiado. Solo caminaba lenta y metódicamente, hundiendo su pesada osamenta revestida de acero carmesí pesadamente en la nieve.

Por fin las débiles luces tililantes que aun seguían encendidas en Nashkell se avistaron de lejos, entre las ráfagas de nieve. Earhum alzó la mano y todos se detuvieron. Sin mediar palabra todos escrutaron la oscuridad, intentando distinguir alguna patrulla que pudiera interceptarles de camino a la posada. Sin embargo, si había algún centinela, o bien se hallaba rondando en el otro extremo de la mísera población o bien andaba calentándose muy a gusto junto a un buen fuego.

Finalmente Earhum hizo otro gesto con la mano, y reanudaron la marcha. La nieve se trocó en barro pisoteado cuando alcanzaron las primeras casas. El blanco manto de aquel invierno sobrenaturalmente frio aun no habría logrado cuajar sobre el húmedo lodazal en el que se habían convertido las calles del pueblecito minero.

Cuando por fin alcanzaron la posada sus botas y el borde de sus capas presentaban un aspecto aun mas lamentable. Con todo el cuidado que pudieron, se aproximaron a la puerta y comprobaron que, bien para su fortuna o porque la posadera había interpretado correctamente su ausencia, la portezuela lateral del establo seguía abierta.

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Falquian

Pascual_Jesus

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« Respuesta #470 en: Agosto 29, 2008, 03:31:02 am »
Establo de Nashkel. Altas horas de la madrugada.

Pah se sacudió la nieve de su manto con gesto contrariado, que mudó en alegría al sentir el piafar de bienvenida de su fiel montura Durin.

- Hola chico, ¿me has echado de menos?

El corcel de guerra lamió suavemente la cara del semielfo, aún con alguna mancha de sangre tras las terribles batallas acontecidas.

Con cansancio se deshizo de los fardos que cargaba y se sentó en la paja. Extrajo una redoma de latón de su mochila y le dio largo trago.

- Tenía sed.

Ofreció el agua fresca a sus compañeros mientras miraba al formidable semiorco.

- Allí dentro. Gracias por la ayuda. Estamos desesperados.

Se dirigió a todo el grupo mientras cogía la guadaña del Malarita y la lanzaba al centro del mismo.

- Compañeros. Quizá no seamos amigos, o siquiera comulguemos de la misma fe e ideales. Pero estoy convencido de que todos amamos el mundo en el que vivimos y las maravillas que contiene. Esto... - dudó - ...esta... aberración que atenta contra el orden natural de las cosas no puede ser tolerada. Debemos hacer fuerza común contra esta amenaza.

Tocó con un pie la guadaña con cierto asco al tiempo que se levantaba y la recogía, escrutándola.

- Ahora mismo somos lo mejor que tenemos. Unos a otros. Los únicos que podemos detener a los Malaritas. Quizá haya incluso peores conspiraciones esperándonos, Tymora dirá.

Su mirada se tornó firme. Pareció dudar un instante.

- No podemos permitirnos el lujo de dudar de nosotros mismos. La confianza ha de ser total si queremos tener alguna posibilidad. Yo confío en vosotros.

Levantó la guadaña exponiéndola a la vista de todos.

- ¿Qué podemos averiguar de esto?
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Calzaputas

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« Respuesta #471 en: Septiembre 01, 2008, 06:41:23 pm »
Bosque de Nashkell. Acomodado en el establo


Karajo espero a que Pah terminara su alegato, ante todo queria aclarar su situación, ya que no siempre había estado acompañado y no se sentia del todo comodo.

- Señores, hemos conseguido abandonar el pantano con una pequeña pista que nos podrá llevar a destino común, pero conociendo a Oreja Cortada, dentro de poco puede que deje de trabajar para los malaritas. Momento en el cual, nuestros caminos se separarán, ¿Esta claro?

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Jurgen Heindall

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« Respuesta #472 en: Septiembre 08, 2008, 01:36:32 pm »
Establo de una caliente y acojedora posada. Nashkel. Altas horas de la madrugada.

Una guadaña. Una guadaña a cambio de la posible muerte de dos compañeros. Se sentía en parte responsable de lo sucedido pues había insistido en la oportunidad que representaba ir a la caza de Oreja Cortada esa noche.
Había que reconocer que Pah hablaba bien, un buen discurso para cohesionar al grupo, para que los recién llegados no se sintieran excluídos. De todos modos, su grupo no era de esos... aunque el semiorco y el mago no lo sabían, claro.

Una guadaña. De la cual no podría sacar información mágica, eso era cosa de los lanzadores de conjuros, no suya. Su cada vez más vidriosa mirada aterrizó sobre el recién llegado, el compañero de Eleomer, esperando que hablara, que dijera algo.

Un semiorco. Fue él quien habló. Fue conciso, claro, rotundo. Su interés por los extraños sucesos que atormentaban la zona, o incluso lo que todos habían oído de labios del malvado malarita parecía ser nulo. Alguien con un odio así por Oreja Cortada podría servir bien en el grupo que buscaba su caza, pero habría que vigilarlo por si los metía a todos en problemas.

Elfo, ¿qué nos puedes decir de la guadaña? Su voz no lograba quitarse de encima el peso del cansancio y el sueño acudía a su cansada mente cada vez con más insistencia. ¿O tus artes no te permitirán sacar información de esta maldita arma hasta mañana?
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Calzaputas

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« Respuesta #473 en: Septiembre 23, 2008, 09:38:01 am »
Tertulia nocturna en el establo

Con la mirada fija inspecciono al elfo, esperando que indicara alguna pista que le llevara a su cometido, pero al parecer, estaba más entretenido en la suciedad de sus vestimentas que en averiguar algo para el variopinto grupo.

- Piensas pasarte el día sacandote pajas del pelo, o vas a hacer algo. inquirio Karajo, pero tras unos instantes de reflexión agrego - Lo lamento, estoy un poco alterado, creía que estaba tan cerca de mi objetivo que me deje llevar. Pero que esperamos conseguir, el arma parece de buena calidad, cualquier granjero se correría de gusto teniendo esto para segar su trigo... pero poco trigo va a segar si sigue haciendo este maldito frio. La guadaña apesta a magia y dudo que sea buena... pero eso como nos llevará al conclave malarita y a Oreja cortada.

Debemos pensar una manera de continuar nuestra búsqueda, pero mejor esperar a mañana y que nuestro señor Tempus guie nuestros pasos a la luz del sol...


Dicho eso, se acomodo sobre su enorme armadura, girandose para dormir.

« Última modificación: Septiembre 25, 2008, 12:11:01 pm por Calzaputas »

Pascual_Jesus

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« Respuesta #474 en: Septiembre 24, 2008, 12:48:29 am »
Sanctum Establorum de los Bravos de Nashkell, muy tarde ya.

El semielfo sopesó durante un rato las palabras de Karajo y de su compañero en la fé de Mielikki.

Cuando observó al semiorco acomodarse en la paja y disponerse a dormir aún armado no pudo sinó admirar su temple. Una situación así debía de ser muy incómoda, con todas esas placas y correas clavándose en las zonas más delicadas de su anatomía... anatomía que de todos modos tampoco conocía demasiado. A saber si los semiorcos poseían algún tipo de fisiología particular que los hiciese especialmente resistentes. Al fin y al cabo él mismo había presenciado el paso etéreo de un brillante unicornio, caminado tan sigiloso y liviano que no dejaba huella en el fango, ni manchaba su prístina piel de modo alguno. El mundo estaba lleno de prodigios y misterios.

Misterios como el asqueroso cambiante que había casi destruído al grupo en los pantanos.

Dado que todos parecían resignarse a pasar la noche en el establo, habida cuenta que era demasiado tarde como para irrumpir en la posada y aquí allí las cabezas se apoyaban en sendas balas de heno, acopiado por los pueblerinos ante la previsible escasez de pastos que traía el terríble y gélido clima que los azotaba, Pah llamó la atención de su compañero de armas.

- Earhum. Descansemos pues, dado que el amanecer no hará sino aumentar la carga de nuestros corazones. Hemos de comunicar el fallecimiento de un noble ser a sus familiares, y de algún modo hallar la forma de limpiar el pantano de esas pequeñas y repugnantes bestias que tan fácilmente podrían acercarse al poblado y expoliarlo ante la escasez que las malditas artes de Auril parecen presagiar.

Asintió ante la tensión de la mirada de su amigo.

- Lo sé, hay que atrapar a ese hijo de mil madres de Oreja Cortada. Juzgarlo. Ejecutarlo. Al igual que a ese infame Malarita, tan contrario a la fé que profesamos y a todo lo que nos parece bueno y noble.

Señaló los copos que débilmente se colaban entre las rendijas de algún tablón.

- Y hay que detener esta aberración. Soy más consciente que ninguno de nosotros, creeme. Pero si no nuestro improvisado y menguante grupo, Tymora sonría a nuestros amigos perdidos, al menos debemos cerciorarnos de que una milicia se arme lo suficiente como para resistir frente a esos pequeños monstruos que en tan grande apuro nos metieron.

Mientras sermoneaba a su bostezante hermano de armas, sus manos trazaban intrincados gestos en el aire, con facilidad, dejando un leve rastro dorado, apenas perceptible, tejiendo... no, revelando unas hermosas y tililantes hebras que parecían bailar y enroscarse en torno a la guadaña, como emanando de un extraño signo o marca, probablemnte grabada por un hechicero.

- Ah. Esta arma es impresionante. Observa su filo, ni la más mínima melladura. Tú mismo viste como el Malarita desviaba mis flechas sin facilidad. Flechas que sabes bien lo que han hecho a orcos bien protegidos en el pasado más reciente. Es sin duda un arma vieja, casi puedo notar el peso del uso que se le ha dado. Mira lo gastada que está la empuñadura. Pulida por mil manos.

La giró y volteó con gesto de asombro. Su equilibrio era perfecto. La sostuvo en su eje apoyada en dos dedos.

- No me cabe la menor duda de que atesora un gran poder. No sé de qué tipo ni de qué virtud. Jamás había visto una guadaña de tan excelente calidad como esta en mis años de vida, que no han sido pocos ni mal aprovechados... Y desde luego no se ha diseñado para segar trigo ni centeno.

Pah parecía realmente asombrado. Earhum lo había oído hablar a lo largo de sus aventuras de la juventud pasada en su aldea, donde llegó a aprender las artes de la metalurgia aplicada a la guerra. Pah se construía sus propias flechas y no eran pocas las veces en las que improvisaba, remendaba, o incluso creaba armamento ya no de madera o pluma, sino de metal.

El semielfo, al cabo, envolvió el silbante filo de la hoja en un paño basto y se reclinó a los pies de su fiel montura.
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Falquian

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« Respuesta #475 en: Octubre 03, 2008, 09:59:44 pm »
Establo de una caliente y acogedora posada. Nashkel. Altas horas de la madrugada.

No había mucho mas que decir. O quizás lo hubiera, pero todos se caían de sueño. Akaradrim dormitaba de pié soltando algún ronquido, pero manteniéndose milagrosamente estable sobre sus embarradas botas. Y los demás no estaban mucho mejor.

Se libraron de las ropas sucias y elaboraron algunos vendajes provisionales. Juntaron sus mantas y se tumbaron unos cerca de otros, buscando compartir calor. En pocos minutos todos quedaron profundamente dormidos.

FIN DEL CAPITULO 1 Y CONTEO DE EXPERIENCIA
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« Respuesta #476 en: Octubre 05, 2008, 10:47:52 am »
Establo de una caliente y acogedora posada. Nashkel. Primeras luces del alba.

Karajo parpadeó con un gruñido, sintiéndose momentaneamente desorientado. Con los ojos entrecerrados contemplo las vigas de madera del techo lleno de remiendos. Sus ojos, una de las cosas que había heredado de su malharado padre, se adaptaron a la escasa luz del lugar, distinguiendo el vierno que colgaba de un clavo en la pared y los tablones con marcas de cascos que formaban un tabique justo a su diestra. "Un establo" pensó. E inmediatamente recordó todo, recuperando la lucidez que a veces tarda unos segundo mas que tu en despertar.



Soltó un gruñido, elevando su torso apenas un poco, y echó un vistazo a su alrededor. Los demás aún dormían a pierna suelta, envueltos en varias capas de mantas. Solo el águila del druida parecía haber madrugado mas que el, y se dedicaba a rebuscar con su cabeza dentro del morral del semielfo, en el que picoteaba de vez en cuando para luego elevar su cabeza mirando en todas direcciones, en actitud vigilante. Aparentemente no consideraba al semiorco una amenaza, pues no le prestó demasiada atención.

Haciendo crujir las prendas acolchadas que llevaba debajo de la coraza, Karajo se incorporó del todo. Se frotó la nuca en ese punto donde siempre le rozaba el yelmo e intentó calcular la hora que sería. Unos débiles rallos de luz se filtraban entre los resquicios de las grandes puertas del establo, pero apenas si se oía ruido en el exterior. Debía de ter mu temprano. Estudio la idea de hundirse de nuevo en su lecho de paja, pero después de un instante, la desechó. Se sentía intranquilo. Como si se hubiera despertado por algún motivo.

Justo en ese instante escuchó un quedo gemido. Tanto el como pluma giraron la cabeza al instante. El ruido parecía provenir de uno de los aventureros que había conocido la noche anterior. Las mantas casi le cubrían por completo, pero aún así pudo adivinar que era uno de los magos elfos, el que la noche anterior parecía enfermo o completamente agotado.

Mientras lo observaba con el ceño fruncido, el mago se removió entre sus mantas, gimiendo de nuevo.  Karajo pudo distinguir su frente perlada de sudor y la congoja que expresaba su rostro. Parecía tener algún tipo de sueño. Y no de los agradables, precisamente. A través de los finos labios del elfo dorado empezaron a escapar palabras entrecortadas. Y a Karajo se le erizó el bello de nuca. La noche anterior había escuchado hablar a aquel tipo. Y aquella no era su voz.

Los caballos se removieron inquietos, y el águila erizó sus plumas, sin apartar la mirada del mago, que se retorcía entre la mantas cada vez mas angustiado, intentando cubrirse el rostro con los brazos y alzando las manos como si tratara de apartar algo de el. Y de repente, justo encima del cuerpo tendido del elfo dorado, comenzó a formarse un  nimbo luminoso de color blanquecino, que pulsaba ritmicamente con las palabras que escapaban de los labios del lanzador de conjuros. La temperatura en el interior del establo comenzó a bajar rápidamente y Karajo contempló atónito como su aliento se condensaba ante su rostro.

No sabía que demonios estaba pasando, pero estaba claro que debía hacer algo cuanto antes.
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Calzaputas

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« Respuesta #477 en: Octubre 05, 2008, 05:13:42 pm »
Nashkel. Primeras luces del alba.

¿Qué demonios esta pasando aquí, de donde habrán salido estos aventureros?. Esto no me gusta nada...

Sabiendo que no era la mejor manera de despertar a sus nuevos compañeros, atizo una poco delicada patada a la gente que estaba a su alrededor

- ¡¡TODO EL MUNDO EN PIE!! - Grito mientras se dirigía rapidamente hacia donde se encontraba el elfo con la intención de noquearle antes de que terminara de realizará el conjuro que al parecer estaba a punto de finalizar...



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Pascual_Jesus

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« Respuesta #478 en: Octubre 05, 2008, 11:51:08 pm »
Amanece en Nashkell. Interior del establo.

Pah despertó sobresaltado dando un respingo y haciendo brillar su acero, desenvainado por inercia.

Al parecer su lado humano estaba más cansado de lo habitual, lo cual no era de extrañar dado el profundo trance del que acababa de salir, y es que en verdad habían sido jornadas extremadamente agotadoras las previas, y aparentemente esta no parecía pintar precisamente relajada.

Se incorporó medio entumecido ante la contemplación del avance de su reciente compañero semiorco, que parecía caminar con oscura determinación y aparente intención de violencia hacia uno de sus compañeros.

El semielfo envainó la cimitarra al tiempo que un escalofrío recorría su cuerpo, ¿tanto habían descendido las temperaturas? El vapor que se escapó al suspirar parecía ser un mudo testigo de tal afirmación mental.

- Karajo, por el cuerno de Milekki ¿Qué es lo que pretendes?

Giró la cabeza ante el piafar de Durin y el graznido de Pluma, que saltaba nerviosa de un tablón a otro del corral, aleteando, y siguió la línea imaginaria del avance del semiorco hacia su sorprendente conclusión, una vaporosa y lechosa sustancia parecía cobrar forma sobre la cabeza del mago, que se convulsionaba al tiempo que entonaba unas notas arcanas y disonantes, extrañas,... ahora su cerebro parecía estar más despejado y asoció dichas fórmulas verbales al inquietante runrun que no acaba de identificar.

Pero ¿Era el ataque de una entidad extraña, algún tipo de extraña posesión, o el conjuro de Eleomer precisamente era la fuente del poder que se manifestaba? Y de ser así ¿Por qué? El elfo parecía aún dormido, agitado y nada cómodo.

Karajo se acercó más, con la determinación de golpear al mago, seguramente con la intención de frenar su conjuro. Pero ¿Era buena idea? ¿Hasta dónde llegaba el poder del mago? No lo conocía demasiado, algo extensible a la mitad de la tropa aquí reunida, pero tampoco había manifestado habilidades extraordinarias o excepcionales, incluso cuando su vida corría peligro. Seguramente su hechicería estaría más o menos pareja al del mismo Druída.

Pero ¿Cuánto sabía él sobre la magia élfica? En su aldea había visto a diminutos y huesudos hechiceros desplegar poderes más allá de la imaginación. Había visto fuerzas capaces de arrasar poblados contenidas en afiladas puntas de gastados dedos.

Si Eleomer estaba siendo al fuente del inminente problema o quizá la solución del mismo, no había forma de saberlo.

Karajo parecía decidido a golpear al elfo, pero ¿No estaba ya éste dormido?

Incapaz de tomar ninguna decisión, colocó sus manos ante los ojos, recitó una breve oración a su Diosa y las retiró lentamente. Sus ojos relucían muy suavemente, de forma imperceptible, pero su mirada penetraba en el interior del velo de la realidad, haciendo visibles los intrincados hilos de los tapices de la magia.
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Jurgen Heindall

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« Respuesta #479 en: Octubre 07, 2008, 04:52:46 pm »
Helado establo de una posada. Nashkel. Madrugada.

¿Quién?, ¿dónde?, ¿cómo? ¿qué...?

Sus ojos intentaron enfocarse en la figura que se movía, por si era una amenaza, aunque tardó unos instantes en darse cuenta de que era su nuevo compañero el semiorco, que debía ser quien lo había despertado de una patada.

Mientras se incorporaba, con la espalda y las piernas quejándose del escaso descanso, comprobó que el semiorco avanzaba hacia el mago, al tiempo que escuchaba las palabras de su viejo compañero y amigo, Pah.

Sin saber qué hacer avanzó, con sus armas en la mano, aun sabiendo que si lo que había bajado la temperatura y parecía formarse sobre Eleomer era algún tipo de ser incorpóreo, poco podría hacerle.
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Ahhh, las bellas tierras del norte. ¿Te he contado ya cómo es mi bonita ciudad?, ¿y las bellas chicas que en ella habitan?  :roll:
« Última modificación: Enero 01, 1970, 01:00:00 am por Jurgen Heindall »
Te juzgaré porque tal es mi derecho de Príncipe, de Sangre y de Poder, pequeña sanguijuela desagradecida.